El compromiso de Francisco para enfrentar su linfoma

Este profesor recibió hace siete años el diagnóstico de su enfermedad crónica, la que decidió pelear con disciplina y vivir con calma.

Francisco Jiménez lleva con él una carpeta y, en ella, un registro muy completo y organizado de fechas, horas médicas, exámenes. La razón detrás de ese orden es que está cumpliendo con un compromiso. “Cuando me diagnosticaron el cáncer, conversamos con mi esposa y dijimos ‘si la vamos a pelear, la peleamos bien’, en el sentido de seguir rígidamente las indicaciones que me dieran los especialistas”, recuerda este profesor de matemáticas de 66 años.

A principios de 2011, Francisco acompañaba a su señora a un control de tiroides cuando aprovechó de preguntarle al doctor por algo que palpaba en su cuello. Así supo que su caso requería mayor atención, por lo que llegó al Instituto Oncológico FALP y se atendió con un especialista en cáncer de cabeza y cuello que, luego de una cirugía, confirmó el diagnóstico. Así, fue derivado con la hematóloga Carolina Guerra, de quien es paciente hasta hoy.

“Francisco tiene un linfoma linfocítico o leucemia linfática crónica. Es una patología incurable, entonces los pacientes reciben quimioterapia, la enfermedad desaparece y pasan un tiempo sin tratamiento, hasta que vuelven a recaer. Lo malo es que, a medida que va avanzando, el periodo sin tratamiento es cada vez más corto”, explica la Dra. Guerra.

Después de tres ciclos intermitentes de quimioterapia a lo largo de estos siete años, hoy recibe un tratamiento oral “muy indicado para él, que desde el punto de vista clínico ha sido súper efectivo”, agrega la especialista. “Lo he tomado por un mes y medio y no he tenido náuseas, vómitos o cefalea. Llevo una vida prácticamente normal, aunque uno igual se tiene que cuidar”, comenta Francisco, quien no toleró tan bien las terapias previas.

Cuando comenzó este proceso, se desempeñaba como inspector general en un colegio de la comuna de Santiago y estaba afiliado al Convenio Oncológico de FALP, lo que ha constituido un alivio desde el punto de vista económico. “Es muy útil por todo lo que se ahorra, pero básicamente por cómo uno es atendido en la institución, el respeto que hay por el enfermo, el cuidado. El personal siempre tiene una sonrisa”, cuenta Francisco.

Hoy, espera que se haga efectivo su retiro: “El único problema que yo tenía antes es que era muy trabajólico. Más de 40 años trabajando y nunca faltaba ni pedía permiso. Si había que actualizarse, yo estudiaba en el verano o las vacaciones de invierno. ¿Conocer, salir a pasear? Desde que tengo la enfermedad buscamos la forma, ahorramos un poco y si tenemos que salir a alguna parte, salimos, porque uno nunca sabe qué pasa con esto. Yo estoy con vida prestada porque si no me trataba iba a durar cinco años. Y prometí seguir las instrucciones; ando para todos lados con mis medicamentos y mi botellita con agua. Tengo que vivir nomás. Por eso estoy en paz”.

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