“Me sentí considerada con mis anhelos, temores y ganas de vivir”

Durante su tratamiento para el cáncer, Patricia Castro tuvo la posibilidad de experimentar con las terapias expresivas de la Unidad de Medicina Integrativa, que forman parte del abordaje integral de los pacientes oncológicos.

Año 1989. Patricia Castro, una niña de 9 años, vive con sus padres y su hermana en La Serena, y lo que más la entretiene no es jugar con muñecas, sino que dibujar y pintar. Es alumna de cuarto básico en la Escuela Experimental de Música Jorge Peña Hen, donde estudiará violín hasta cuarto medio.

Año 2019. El violín está guardado. Patricia no es instrumentista, sino que abogada, y sigue viviendo en La Serena. En febrero consulta con un médico debido a diversas molestias que ha sentido por algunas semanas. No consigue un diagnóstico claro, pero sí recibe la recomendación de buscar un especialista en Santiago.

“En ese momento recordé que tenía el Convenio Oncológico de FALP. Lo había suscrito a través de mi trabajo años antes, sin tener mucha conciencia de lo que significaba. No sabía que a futuro iba a ser mi gran salvación”, recuerda Patricia.

Entre febrero y agosto de ese año, su vida es marcada por el diagnóstico de un cáncer de ovario en etapa III, una cirugía invasiva que significaría un post operatorio de 21 días y luego un tratamiento de seis ciclos de quimioterapia.

Sin esperarlo, en los primeros días de ese proceso comienza a recibir unas visitas que transformarían su tránsito como paciente. Se trata de la musicoterapeuta Cecilia Carrere y la arteterapeuta Pamela Oyarzún, de la Unidad de Medicina Integrativa (UMI) de FALP, en cuya compañía Patricia experimenta con las terapias expresivas mientras se recupera de la operación, y también en las ocasiones en que se interna para recibir quimioterapia.

“Esas visitas me permitieron liberar emociones, sentir que ni siquiera estaba enferma. Era como volver a ser niña, me reencontré con lápices de colores, témperas, pinceles, y con ellos plasmé lo más íntimo de mí. Y retomé el violín, que fue mi instrumento de infancia y había dejado en el olvido. Con él sentí vibrar mi corazón y un bienestar emocional inexplicable. Nunca imaginé que en este proceso dramático del cáncer, que se veía tan negro al principio, iba a empezar a ver la luz. Me sentí considerada no solo un paciente, sino como un ser humano con anhelos, con temores, con ganas de vivir”, dice.

A partir de esta experiencia, Patricia manda a reparar su violín y también se motiva a bordar y a pintar: “Mi papá me hizo un atril de madera muy bonito. Eché a volar la creatividad y empecé a transmitir mi sentir a través del arte, sin importar si queda bien o mal hecho, porque lo que cuenta es expresar mis emociones”.

Patricia ve hoy el arte como “una especie de medicina que me ayudó a salir adelante. No puedo estar más agradecida de la Fundación: de mis médicos, Dr. Sebastián Ramírez y Dr. Sergio Panay; de la labor de la UMI y de tanta gente linda. FALP me salvó la vida, pero lo más importante es que me dio la posibilidad de reencontrarme con cosas hermosas que me hacen feliz y, sobre todo, con mi ser interior”.

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