Seis consejos para quien cuida a una persona con cáncer

La persona a cargo de un paciente oncológico, generalmente un familiar, está expuesto a una sobrecarga física, emocional y social. Especialista entrega una serie de recomendaciones de autocuidado, enfatizando que para cumplir amorosa y cabalmente esa tarea es necesario estar bien.

En el transcurso de un cáncer, es muy común que surja la figura de un cuidador para acompañar y atender las necesidades del paciente. El cuidador de un enfermo oncológico es generalmente un familiar cercano que está pendiente las 24 horas de sus requerimientos, que no es pagado y que muchas veces vive en el mismo lugar del enfermo. A esta persona, que se diferencia de alguien remunerado para esa función o que apoya de vez en cuando, se le denomina cuidador principal. “El cuidador principal va a ser los ojos y la voz del paciente”, dice Paola San Martín, psico-oncóloga del Instituto Oncológico FALP. Por eso, es esperable que, no obstante las tareas del cuidado pueden compartirse, un único representante de su entorno familiar sea quien asuma el rol titular en el cuidado.  “De esta manera, el equipo tratante identifica al responsable del cuidado, asegurándose de la comprensión del proceso que vivirá en el contexto de la enfermedad. Así colabora en la organización del cuidado, como asimismo puede tomar decisiones cuando su enfermo no está en condiciones de hacerlo”, comenta.

Paola San Martín, psico-oncóloga
del Instituto Oncológico FALP.

DESAFÍOS DEL CUIDADOR

La especialista aclara que la presencia del cuidador puede hacerse necesaria en las distintas fases de la enfermedad oncológica. En el proceso de tratamiento curativo, el enfermo es independiente, pero debe ser asistido, por ejemplo, para acudir a sus tratamientos de quimioterapia o radioterapia. Y en la fase avanzada del cáncer, el nivel de dependencia del enfermo puede ser de moderado a severo y las labores del cuidado incluyen, entre otras, asistir las necesidades básicas como el asear, vestir, bañar y alimentar, administrar medicamentos, gestionar visitas médicas, así como acompañarlos y distraerlos.

“A esto se suman labores invisibles, que en algunas oportunidades demandan mucho tiempo, cambiar de programas televisivos hasta dar en el gusto, acercar objetos que se caen una y otra vez, supervisar una actividad que el enfermo exige hacer solo. Un cuidador amoroso, a modo de no restringir la independencia de su enfermo, le querrá dar en el gusto, ocupando a veces minutos que tenía destinados para otras actividades. Este cuidador, por lo tanto, se agota con mayor facilidad intentando hacer todo perfecto; todo confluye en la entrega hacia esa persona que está cuidando”, afirma. Todo lo anterior puede llevar a una sobrecarga del cuidador principal, el que puede presentar problemas físicos —como acentuar o generar dolores musculoesqueléticos debido a la necesidad de movilizar o cargar al paciente, cefaleas, alzas de presión—, como trastornos anímicos —desesperanzada, tristeza, agobio— y/o sociales, como el alejarse de sus redes y sensación de soledad, describe la psico-oncóloga. La especialista revela que los cuidadores suelen preguntar cómo pueden realizar mejor su función, pero nunca cómo pueden cuidarse: “Muchas veces identificamos sobrecarga en el cuidador porque es el paciente quien nos comenta, por ejemplo ‘necesito que ayude a mi esposa porque últimamente la he visto hostil conmigo o con cara de dolor, le pregunto qué le pasa y no me dice nada’. Habitualmente el paciente está muy sensible y observa muy bien estos cambios”. No resulta fácil para el cuidador aceptar una sugerencia para que se preocupe de su salud, ya que muchas veces no se da cuenta de su agotamiento o definitivamente no ve una opción de aliviar su carga. “Sin embargo, se logra generar esa conciencia de autocuidado cuando se dan cuenta de que tienen que estar bien para que su enfermo esté bien. En otras palabras, cuidarse para cuidar”, finaliza.

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