Cáncer de hígado: La amenaza silenciosa del hígado graso

Asociada al síndrome metabólico y la resistencia a la insulina, esta patología frecuente puede evolucionar hasta causar una cirrosis, que es el principal factor de riesgo para desarrollar un tumor. Incluso, desde su forma más agresiva, puede pasar directamente a convertirse en un cáncer.

Dr. Edmundo Aravena

gastroenterólogo hepatólogo del Instituto Oncológico FALP. 

La denominación hígado graso no deja mucho espacio para errores. Es exactamente lo que parece: exceso de grasa en el hígado.

También da pie a imaginar –acertadamente– que una condición que podría asociarse a esta enfermedad es, por ejemplo, la obesidad. Lo que en general no se está pensando es que el hígado graso puede evolucionar hasta el desarrollo de una cirrosis, que a su vez es el principal factor para el cáncer hepático. Y en Chile, se estima que un cuarto de la población adulta tiene hígado graso no alcohólico.

“No hay cifras precisas, pero es entre 20% y 30% en países occidentales. La población hispánica es más propensa a desarrollar hígado graso que otras como la caucásica o afroamericana”, afirma el Dr. Edmundo Aravena, gastroenterólogo hepatólogo del Instituto Oncológico FALP. “Y el hígado graso está en el origen de hasta el 14% del total de casos de cáncer hepático. Los números dependen del estudio que se haya realizado”.

El gran problema, agrega, es que se trata de “una enfermedad muy frecuente y silenciosa, que además se asocia a un riesgo para desarrollar enfermedades cardiovasculares”.

¿Qué es?

Se está frente a un hígado graso cuando hay una acumulación de grasa (en forma de triglicéridos) en más del 5% de las células de este órgano. Según explica el Dr. Aravena, esta enfermedad –cuando no es originada por el consumo excesivo de alcohol– es un fiel reflejo del síndrome metabólico: “La gran mayoría de los pacientes con hígado graso tienen sobrepeso u obesidad, diabetes mellitus o dislipidemia (altos niveles de colesterol o triglicéridos). El mecanismo que une a todas estas patologías es la resistencia a la insulina, que generalmente es la causa del hígado graso. También hay un porcentaje menor de gente con peso normal que puede tenerlo y revelarlo en exámenes”.

La etapa más simple del hígado graso es la esteatosis hepática, que corresponde a la mayoría de los casos y que se puede atacar cambiando hábitos de nutrición y actividad física. Luego, existe una condición más agresiva, la esteatohepatitis no alcohólica, en que el órgano ya no sólo presenta exceso de grasa, sino que también inflamación y daño celular.
Aunque uno tenga un hígado graso simple, igual está el síndrome metabólico de base y eso hay que tratarlo para que no empeore. En la esteatohepatitis no alcohólica, el daño celular lleva a la formación de cicatrices. En ese

punto, la enfermedad se puede tratar para intentar revertirla, ese es el objetivo, pero no podemos prometer a los pacientes que siempre será así”, explica el especialista. La progresión de esta patología tiene como siguiente eslabón la cirrosis, daño crónico generado con el paso de los años, en que cicatrices se han ido apoderando del hígado y el tejido funcional disminuye. Entre los factores que la originan se cuentan también el consumo de alcohol y las infecciones por virus de la hepatitis B y C, y enfermedades inmunológicas.

“Toda cirrosis conlleva riesgo de desarrollar cáncer hepático, es el factor principal para la mayoría de los casos. Hay factores que causan más cirrosis que otros, como el alcohol y las hepatitis virales, pero así como se ven las cosas, es posible que el hígado graso vaya ganando terreno, tanto en cirrosis y cáncer hepático, como en trasplantes hepáticos”, explica el hepatólogo de FALP. Y también advierte: “El cáncer hepático a veces se puede desarrollar en ausencia de cirrosis. Los pacientes pueden estar en etapas previas e igualmente desarrollar un tumor. Por eso, quienes son diagnosticados con esteatohepatitis no alcohólica deben ser vigilados por un especialista, son pacientes de riesgo y debemos pensar que podrían desarrollar cáncer, sin estar esperando la cirrosis”.

¿Cómo detectarlo?

Las pruebas más frecuentes para pesquisar un hígado graso no alcohólico son el perfil hepático y la ecografía abdominal. Pero al no presentar síntomas, deben darse ciertas condiciones para sospechar que hay enfermedad. “Un perfil hepático puede mostrar un nivel aumentado de transaminasas (enzimas que produce el hígado), lo que llama la atención en el contexto de un paciente mayor de 45 años con síndrome metabólico. Pero, lamentablemente, se calcula que la mitad de los pacientes pueden tener las pruebas hepáticas normales, por eso no podemos confiarnos. Muchas veces es una ecografía la que acusa hígado graso”.

La cirrosis y el cáncer también suelen ser silenciosos. Este último normalmente se detecta en una etapa tardía, con menos opciones de tratamiento. “Si el paciente lleva años con una cirrosis compensada puede mantener una vida normal, pero arrojar pruebas de laboratorio alteradas. De un cáncer hepático generalmente se sospecha cuando un paciente con cirrosis manifiesta síntomas como ictericia, baja de peso o ascitis (acumulación de líquido en el abdomen) que no responde a la terapia habitual. A la consulta el paciente generalmente llega con un cáncer avanzado”.

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